El
bosque es el terreno genuino del asombro, una obra magistral de la naturaleza.
El jardín bien logrado es también un espacio de maravilla, una obra de arte
humana que transforma la naturaleza en un ideal de felicidad. Hubo un tiempo de
comienzo cuando la idea de jardín germinó en la mente humana y se crearon los
primeros jardines maravillosos. Esos primigenios jardines, perdidos hace
milenios, todavía nos sorprenden cuando viajamos en el tiempo hasta su pasado
esplendor. En el Paraíso Perdido, el poeta inglés John Milton
(1608-1674) describió un sugerente Edén inspirado en jardines antiguos:
Siguió pues su camino acercándose a los términos del
Edén, donde se descubre el verde valladar, con que, a semejanza de cerca
campestre corona el delicioso Paraíso, próximo ya, la solitaria eminencia de una
escabrosa colina y su áspera pendiente rodeada de enmarañados y espesos bosques,
que la hacen inaccesible.
Sobre
su cumbre se elevan a desmedrada altura multitud de cedros, pinos, abetos y
pomposas palmeras, vergel agreste, donde el ramaje entrelazado, multiplicando
las sombras, forma un vistoso y magnifico anfiteatro.
Dominando las copas de los árboles, alzaba sus verdes
muros el Paraíso, desde el cual se ofrecía a nuestro común padre la inmensa
perspectiva que al pie y en torno de sus risueños dominios se dilataba; y sobre
los muros, en línea circular, se ostentaban los más hermosos árboles, cargados
de las más exquisitas frutas; y frutas y flores brillaban a la vez con los
reflejos del oro y de los encendidos colores que las esmaltaban.
Tras
la huella de los primeros jardines
La
idea del jardín nació con la civilización. Desde el momento en que apareció la
agricultura y la ganadería, la forma de vida de la humanidad cambió radicalmente
y trajo consigo la construcción de ciudades y los primeros imperios. La zona que
recibe el nombre de “Cuna de la Civilización”, también el de “Creciente Fértil”,
ocupaba desde el valle del Nilo hasta Mesopotamia (entre los ríos Éufrates y
Tigris), incluyendo la costa del Levante mediterráneo. El momento clave en este
salto cultural fue la aparición de las primeras ciudades sumerias en el cuarto
milenio antes de Cristo. Algo más tarde, se produjeron cambios similares en
torno a los grandes ríos de la India y el Extremo Oriente.
En
Mesopotamia, desde el cuarto al primer milenio a. C., hubo una intensa lucha por
el poder entre los diferentes pueblos y un constante desarrollo de inventos y
construcciones. En ese contexto tan efervescente, los jardines surgieron como
fenómeno urbano, probablemente en relación al distanciamiento físico de la
naturaleza que impusieron las murallas de las recién nacidas ciudades.
Este
artículo es una propuesta de viaje en el tiempo a ese remoto período de la
Antigüedad, en la región histórica que hoy ocupa Irak y nordeste de Siria, para
encontrar el origen de los jardines de Occidente.
El
jardín era parte integrante de la ciudad antigua en la época de los imperios
babilonio y asirio (del tercer al primer milenio a. C.). Por un lado, los
habitantes tenían sus cercados para cultivar vegetales y medicinas, aunque por
el momento no hay evidencias arqueológicas. Por otro, los reyes y los ricos
construyeron jardines dentro de los palacios, de los templos y de las ciudades,
jardines que conjugaban belleza y utilidad, y que destacaban por su verdor en
medio de la aridez del paisaje; de estos; de estos sí hay vestigios
arqueológicos.
Entre
todos los jardines de aquella remota época los más admirados fueron los Jardines
Colgantes de Babilonia, los primeros jardines célebres de la Historia. Se los
consideró una de las Maravillas del Mundo Antiguo, un prodigio de obra humana
que todo el mundo debía ver antes de morir, junto a la Gran Pirámide de Guiza y
el Faro de Alejandría (Egipto), la Estatua de Zeus en Olimpia y el Coloso de la
Isla de Rodas (Grecia), y el Templo de Artemisa en Éfeso y el Mausoleo de
Halicarnaso (Turquía).
Desde
la infancia fantaseamos con los Jardines Colgantes de Babilonia. Forman parte
del imaginario de nuestra cultura como paradigma de los Jardines Perdidos de la
Antigüedad. Sin embargo, nada más empezar a indagar sobre ellos, he topado con
una erudita controversia entre algunos historiadores que los juzgan pura leyenda
y otros que defienden apasionadamente su existencia real, pero situándolos en
Nínive. A pesar de los siglos transcurridos, los Jardines Colgantes de Babilonia
perviven escondidos entre la leyenda, el enigma y el prodigio. Siguen siendo
deseables de ver, al menos su rastro, y objeto de una búsqueda emocionante. Su
creación se sitúa entre los años 700-600 a. C.; pero ya antes de esa fecha, hubo
en Mesopotamia algunos hitos importantes en relación a árboles y jardines que
contribuyeron al origen de la Maravilla del Mundo.
Humbaba,
el Protector de los Cedros
En
el año 2500 a. C. se escribió la más antigua obra literaria del mundo, la
Epopeya de Gilgamesh. El poema cuenta las hazañas del legendario rey
sumerio de la ciudad de Uruk, quien, en compañía de su amigo Enkidu, se enfrentó
al terrible gigante Humbaba, el dios protector del bosque de los cedros
(Cedrus libani); lo mató y taló los árboles del bosque. Después de
semejante gesta, Enkidu murió como castigo de los dioses y Gilgamesh, angustiado
por su muerte, acabó buscando desesperadamente la inmortalidad.
Para proteger el Bosque de los Cedros
Para ser el terror de las
gentes, Enlil lo ha destinado.
Es Humbaba; su bramido es el diluvio, su boca es fuego,
su aliento la
muerte.
Sobre sesenta dobles
leguas oye todos los ruidos del Bosque, (…)
Si alguien se interna en el Bosque, queda paralizado.
En este Bosque reside el feroz
Humbaba:
tú y yo iremos a
abatirle para librar de todo el mal al país.
Nosotros en el Bosque, cortaremos los
cedros.
El
rey Gilgamesh, a quien los historiadores admiten como figura histórica, habitaba
las tierras áridas de Uruk, en el sur mesopotámico, mientras que los bosques de
cedros crecían en parte de Siria y de Líbano. En fechas recientes, un grupo de
paleobotánicos ha tratado de averiguar cuándo comenzó la desforestación en la
región. En un bosque del noroeste de Siria (la localización más posible del
poema), han encontrado restos antiguos de más de 20 especies de árboles,
incluyendo cedros, pinos, nogales, cipreses, robles, hayas, castaños, olmos,
arces, tilos, plátanos, olivos, sauces, sisu (Dalbergia sisoo), alisos
y fresnos. Para satisfacer las enormes necesidades del incesante desarrollo
humano debieron de talarse muchos árboles desde fechas muy tempranas. Los
paleobotánicos estiman que la destrucción severa de los bosques de Oriente
Próximo habría comenzado alrededor del 9000 a. C., seis mil quinientos años
antes de que se escribiera el Poema del rey de Uruk.
Los
escritores de la epopeya, concluyen los paleobotánicos, debían de tener
conocimiento de cortas masivas de cedros; y ser ya conscientes de la importancia
de los bosques para el desarrollo de la civilización, especialmente en el sur de
Mesopotamia, área de escasa madera. Posiblemente tuvieran también experiencia o
noticias de la reacción violenta de la naturaleza a la destrucción de los
bosques que simboliza el dios Humbaba.
El
poema de Gilgamesh, además de revelar la importancia de los árboles en los
albores de la civilización, aporta al linaje de dioses protectores de bosques la
figura formidable de Humbaba, que encarna la fiereza protectora de la
Tierra.
Reyes
locos por sus jardines
Mucho
antes de crearse los Jardines Colgantes en Babilonia, los reyes asirios y
babilonios habían iniciado la tradición de construir jardines. El poder de un
rey se medía no solo por la conquista de nuevas tierras sino también por la
sabiduría para hacer obras que mejorasen la ciudad y el país. El carisma de un
rey dependía de la amplitud de sus habilidades. Tenían que ser arquitectos,
ingenieros, artistas y jardineros.
Asirios
y babilonios compartían la lengua, la escritura cuneiforme y la mayor parte de
la literatura y de los dioses. Pero habitaban diferentes ambientes naturales.
Los babilonios ocupaban el sur de Mesopotamia, las llanuras aluviales inundables
entre los dos ríos, de escasas lluvias. Los asirios, el norte mesopotámico, un
país de colinas, ríos que bajan de las montañas persas y lluvias
estacionales.
De
las inscripciones cuneiformes escritas por los reyes asirios y babilonios
halladas en los yacimientos arqueológicos, se deduce que cultivaron dos tipos
diferentes de jardín, relacionados con los distintos entornos naturales de cada
reino.
En
su país llano y seco, los reyes de Babilonia diseñaron sus jardines configurados
en parcelas rectangulares con una red de pequeñas acequias. El árbol más
apropiado de la región era la palmera datilera (Phoenix dactylifera)
que, dispuesto en filas paralelas, aportaba, además de belleza y fruto, sombra
para otras plantas menores. Para regar el jardín con agua del río se usaba el
artefacto conocido como cigoñal (shaduf en otros idiomas), tradicional en todo
el mundo. Los textos babilonios revelan que el jardín tenía una función
utilitaria.
En
cambio, los asirios en su país de colinas y valles crearon jardines muy
diferentes. Con vocación de imitar paisajes naturales de montaña, amontonaron
tierras para crear colinas artificiales cubiertas de árboles fragantes. Y, para
traer el agua a esos jardines y lograr refrescar el aire y mantener verde las
plantas, desarrollaron sistemas de manejo del agua de los ríos, construyendo
canales, presas y acueductos. Eran jardines para disfrutar su belleza además de
ser útiles. Varios reyes dejaron escritos sobre su pasión por el jardín.
El
rey Tiglatpileser I (1114-1076 a. C.), conquistador de 42 dominios, dejó escrito
en una inscripción: Traje cedros, bojes y robles de las tierras
conquistadas, árboles que ninguno de los reyes que me precedieron habían
plantado antes, y los planté en mi jardín para el placer de mi majestad. Traje
arboles frutales que no se encuentran en mi tierra y con ellos llené los huertos
de toda Asiria.
El
rey Asurnasirpal II (883-859 a. C.) hizo un gran jardín en su capital Kalhu
(moderna Nimrud), donde cultivó semillas y plantas recolectadas en sus catorce
conquistas: cipreses, pinos y enebros de diferentes clases, cedro, mirto,
almendro, palmera, ébano, sisu, olivo, roble, cornicabra, sauce, fresno, abeto,
granado, pera, membrillo, higuera, vid. Y también describió la obra de
ingeniería que construyó para regar: excavé un canal desde del río Zab,
cortando por una montaña, y lo llamé el Canal de la Abundancia. Regué la vega
del Tigris y planté huertos de frutales de todo tipo. El agua del canal brotaba
desde arriba al jardín; la fragancia impregnaba los paseos, los canales de agua,
tan numerosos como las estrellas, fluían en el jardín placentero…
Sargón
II (reinó entre 722-705 a.C.) edificó un jardín y un magnífico palacio en Dur
Sharrukin (actual Khorsabad, cerca de Mosul). El rey dejó escrito sobre su
jardín: Yo creé junto al Palacio un jardín imitando las montañas de Amanus
con árboles aromáticos de todo el norte de Siria y todos los frutales de
montaña(…), todas las especias de la tierra de los Hititas y todas la vegetación
de sus montañas próximas. En su ambición por alcanzar la fama como
brillante constructor, llamó a su palacio el “Palacio Sin Rival”. También dejó
un relieve escultórico en el que aparece el jardín diseñado como una colina
boscosa artificial, con un lago y barcas, un pabellón, un altar y árboles
exóticos.
La
fascinación por especies foráneas de árboles que la arqueología ha descubierto
es realmente sorprendente. Un oficial de Sargón II dejó constancia en una carta
de la recolección de 3900 esquejes de frutales en ciudades sirias para
plantarlos en Dur Sharrukin. Las plantas foráneas aportaban belleza y
originalidad al jardín y también simbolizaban la amplitud de las conquistas del
rey en el extranjero, la magnitud de su poder.
Los
Jardines Inencontrables de Babilonia
La
historia más extendida cuenta que los Jardines Colgantes los construyó el famoso
rey bíblico Nabucodonosor hacia el 600 a. C. en Babilonia, la capital de su
reino. La leyenda los relaciona también con una historia de amor, según la cual
Nabucodonosor creó esos maravillosos jardines como muestra de amor a su esposa,
la Reina Amytis, que añoraba las montañas de su tierra natal en el Imperio
medo.
Obra
de Pierre Bellet, s. XIX.
Otra
versión de algunos autores griegos dice que los construyó una poderosa mujer, la
reina asiria Semíramis en el 800 a. C. A esta reina le asignaron muchas
leyendas. Se identifica principalmente con la esposa del rey Ninus, una soberana
guerrera que gobernó 42 años tras la muerte de su esposo. Según el mito, llevó
las conquistas de su imperio hasta la India. Se le atribuye la fundación de
numerosas ciudades y la construcción de maravillosos edificios en Babilonia.
Muchos lugares de la Antigüedad llevan su nombre y sigue siendo un nombre
femenino en Irak. Semíramis es otro atractivo personaje legendario de la
Antigüedad, uno de los primeros arquetipos feministas, que ha inspirado obras
artísticas a lo largo de los siglos. Desde Ovidio a Calderón de la Barca,
Shakespeare o Rossini, muchos son los artistas seducidos por el mito de
Semíramis.
Curiosamente,las
ideas predominantes que tenemos sobre los Jardines de Babilonia proceden de
varios autores clásicos que los describieron varios siglos después de su
creación, entre el siglo III a. C. y el siglo IV d. C. Son narraciones poco
precisas y a veces contradictorias, que han perdurado como ciertas hasta la
actualidad.
Todos
los narradores coinciden en que los Jardines se instalaron en Babilonia, cerca
del palacio real, y estaban dispuestos en terrazas de piedra abovedada, para
imitar la ladera de una montaña. Sin embargo, es desconcertante que Herodoto,
que describió Babilonia en el 440 a C, en sus Historias, no los
mencionó.
En
el primer relato conocido, Josefo afirmó que Nabucodonosor II los había
construido, y quedó como verdad indiscutible por los siglos de los siglos. Más
tarde, Diodoro Sículo en una extensa descripción enfatizó su aspecto de colina
con zonas que asemejaban un teatro, terrazas ascendentes, árboles de todo tipo y
máquinas invisibles que elevaban el agua a la cima; su relato inspiró el Paraíso
Perdido de Milton. Quinto C. Rufo, los atribuyó en su versión a un rey asirio
que conquistó Babilonia. Estrabón en la Geografía y Filón de Bizancio,
en el Manual de las Siete Maravillas del Mundo, destacaron su
maravilloso sistema de riego; en palabras de Estrabón:
La forma del jardín es cuadrada y mide cuatro plethra
(unidad de medida antigua equivalente a 30m). Consta de terrazas abovedadas unas
sobre otras, que descansan sobre pilares cúbicos. Estas son ahuecadas y rellenas
con tierra para permitir la plantación de árboles de gran tamaño. Los pilares,
las bóvedas y las terrazas están construidas con ladrillo cocido y asfalto
(betún de Judea). La subida a la terraza superior es por escaleras y a su lado
hay máquinas de agua y personas que están continuamente elevando agua desde el
Éufrates hasta el jardín.
Gracias
a estos relatos, los fabulosos Jardines Colgantes de Babilonia se conocen desde
hace más de dos mil años y han inspirado diversas representaciones a lo largo de
siglos. La reconstrucción pictórica más temprana conocida es la del pintor
holandés Martin van Hemmskerck (1498-1574), que trató de unificar las distintas
descripciones clásicas.
A
mitad del siglo XIX se abrió un nuevo episodio en el conocimiento de los
Jardines Colgantes: empezaron a realizarse excavaciones arqueológicas en la
región y empezó a descifrarse la escritura cuneiforme y las lenguas de
Mesopotamia.
Entre
1898 y 1917, Robert Koldeway dirigió un equipo de arqueólogos que excavaron en
Babilonia entusiasmados por descubrir el lugar exacto de los míticos Jardines.
Esperaban encontrar inscripciones de Nabucodonosor confirmando que él había
construido el jardín. Hallaron habitaciones del palacio con paredes gruesas de
ladrillo cocido cubierto de mucho betún y eso dio pie a Koldeway a explicar que
aquellos materiales podían indicar la existencia de un jardín en la azotea del
edificio. La idea de un jardín en la terraza superior del palacio con vistas a
toda la ciudad cautivó la imaginación popular de la época y estimuló la
realización de reconstrucciones fantasiosas de varios artistas.
Representación
fantástica del siglo XIX.
Sin
embargo, la hipótesis de Koldeway no lograba aclarar cómo se regarían las
plantas en los largos meses de calor de Babilonia y no prosperó.
Unos
años después, el arqueólogo británico Leonard Woolley planteó otra hipótesis,
tras sus excavaciones entre 1922 y 1934 en la ciudad sumeria de Ur. En el gran
templo de Ur, en forma de torre escalonada piramidal llamada zigurat, descubrió
unos agujeros a intervalos regulares y los asoció con el drenaje para cultivar
plantas. Esta sugerencia nuevamente sedujo al público y volvió a inspirar
reconstrucciones pictóricas de los Jardines mostrando plantas colgando de
terrazas de un zigurat. La idea no obstante, tampoco se sostenía pues el
material de barro sin cocer, con el que eran fabricados los zigurats, no
resistiría la humedad de riego sin desmoronarse. Y además no coincidía con lo
descrito por los clásicos.
En
las excavaciones de Babilonia se han hallado más de 200 inscripciones, que han
esclarecido la huella que dejó el rey Nabucodonosor en la ciudad durante los 43
años de su reinado. Nabucodonosor es el rey más conocido de Babilonia porque
aparece en la Biblia como conquistador de Judea y Jerusalén; también porque
reconstruyó la capital Babilonia, devastada por los reyes asirios, y edificó
obras gigantescas. Fue un rey admirado por su pueblo y odiado por los judíos.
Dejó mucha información de sus obras, pero ninguna sobre jardines. Si la leyenda
fuera cierta, habría dejado algún indicio, sin embargo, en las numerosas
inscripciones halladas no se ha encontrado rastro de que a Nabucodonosor le
interesaran las plantas o que amara especialmente a su esposa.
Hasta
la fecha, el resultado de las excavaciones ha sido rotundamente decepcionante:
no se ha encontrado en Babilonia ninguna evidencia arqueológica de los Jardines
Colgantes que demuestre su existencia. Así las cosas, en 1988 algunos académicos
optaron por negar que hubieran existido verdaderamente, proclamando que habían
sido una invención literaria de los griegos, proclives a las maravillas
orientales y a los personajes poderosos y atractivos, como Nabucodonosor o
Semíramis.
En
los noventa del pasado siglo, entró en el debate la historiadora británica
Stephanie Dalley afirmando la existencia real de los Jardines, pero con un
cambio sustancial de paradigma. Según su tesis, no se construyeron en Babilonia
sino en Nínive, la capital de los asirios, y los creó el rey asirio Senaquerib
alrededor del año 700 a. C.
Dalley
se interesó por los Jardines Colgantes por casualidad. Dio una conferencia sobre
Jardines Antiguos, sin nombrar a los de Babilonia, y el descontento que
manifestó una asistente a la charla fue tan descomunal que la espoleó a
descifrar el enigma de esos jardines, tan famosos como escurridizos. Se
especializó en traducciones de técnicas usadas por los reyes antiguos, que
solían describirlas con lenguaje metafórico difícil de interpretar.
Como
poseída por el espíritu luchador de Semíramis, Dalley se dedicó durante
dieciocho años a descifrar textos cuneiformes, tanto de excavaciones recientes
como de museos y colecciones del mundo, y a revisar anteriores traducciones, con
el único objetivo de desvelar de una vez dónde estuvieron y qué aspecto tendrían
los Jardines Colgantes. En su libro El Misterio de los Jardines Colgantes de
Babilonia (The Mystery of the Hanging Garden of Babylon, 2013)
expuso su teoría minuciosamente argumentada, convenciendo a muchos otros
investigadores.
A
diferencia de Babilonia, en Nínive (cercana a la actual Mosul), las excavaciones
realizadas en el palacio de Senaquerib han provisto valiosa información sobre el
Jardín del palacio, tanto en inscripciones como en relieves escultóricos.
Disponiendo de ese material arqueológico, sumado a los textos clásicos, nuevos
diccionarios de lenguas mesopotámicas y todo su saber de experta en Historia
Antigua, Dalley, tal Sherlok Holmes con algo de Indiana Jones o viceversa, ha
compuesto un puzle en el que todas las piezas parecen encajar.
Es
preciso recordar que el territorio de esa prolífica recolección de materiales
arqueológicos, en Irak y Siria, lamentablemente está siendo saqueado desde los
tiempos de la guerra del Golfo. Por medio de un proceso de expolio sistemático
devastador, las primeras ciudades de la historia, con su valioso contenido
informativo, están desapareciendo para siempre, convertidas en lugares
irrecuperables para la arqueología.
Los
Jardines Colgantes de Nínive
El
protagonista de la versión de Stephanie Dalley es el rey Senaquerib, hijo de
Sargón II, que reinó del 705 al 681 a. C. y eligió Nínive como capital de su
reino. En un prisma octogonal de arcilla dejó un largo relato sobre la
construcción de un fabuloso palacio con jardín en lo alto de la ciudadela norte
de la ciudad. El edificio palatino contaba con pilares en forma de leones y
toros alados de grandes proporciones, enormes puertas, habitaciones y pabellones
artísticamente decorados con artesonados, estatuas y paredes esculpidas de
materiales excelentes como oro, plata, bronce o alabastro, y maderas nobles de
ébano, boj, sisu, cedro, ciprés, pino y madera india. El rey lo llamó su
“Palacio Sin Rival”, como ya había hecho su padre con el palacio de Dur
Sharrukin, en su afán de lograr algo superior a todo lo anterior.
La
construcción de la soberbia obra está ligada a una historia romántica, pues el
rey Senaquerib sí dejó escrita una dedicación a su primera esposa: para
Tashmetu-sharrat la mujer de palacio, mi muy amada esposa, que la amante de los
Dioses ha hecho la más perfecta de todas las mujeres, yo he construido un
palacio lleno de belleza para el deleite y el placer(…), que los dioses nos
concedan salud y felicidad juntos en este palacio.
Lindando
con el palacio, Senaquerib construyó un extraordinario jardín del que se sentía
muy orgulloso: Elevé la altura de los alrededores del palacio, para que
fuera una Maravilla para toda la gente. Junto a él extendí un alto jardín
imitando las montañas Amenus, con todo tipo de plantas aromáticas.
Se
han encontrado dos relieves escultóricos que revelan la apariencia del jardín.
Uno, hallado en el Palacio de Senaquerib, representa el jardín recién creado; el
segundo, encontrado en el palacio de su nieto Asurbanipal, muestra el jardín
maduro. Son evidencias de que el jardín tenía forma de montaña artificial, de
“jardín en altura” propio de la tradición asiria, estaba cubierto de árboles y
contaba con un lago y diversos canales de agua.
Jardín
de Nínive en tiempos de Asurbanipal. Dibujo de S. Dalley.
La
representación visual no permite identificar especies. Los árboles aparecen
esquematizados en dos tipos, siempreverdes y caducifolios. Por su propio relato,
se sabe que Senaquerib, igual que sus predecesores, introdujo especies foráneas
para asombrar a propios y visitantes: árboles productores de frutos de toda
la tierra, todas las aromáticas de Hatti… cada tipo de vid silvestre, de árbol
frutal exótico, de árboles aromáticos y de olivos, así como árboles productores
del algodón [Gossypium arboreo]. Esa idea de totalidad refleja abundancia,
diversidad, rareza y universo, en suma, un jardín botánico espectacular.
Senaquerib
solo nombró unas pocas especies. La palmera datilera fue una de ellas, se
plantaba en Nínive, un terreno poco propicio, pero como dice Dalley, la
importancia cultural sobrepasaba las desventajas ecológicas, porque se la
relacionaba con el culto de Ishtar, la diosa mesopotámica del amor y la belleza,
de la vida y la fertilidad. Tanto era su valor simbólico que Senaquerib, en vez
de usar el título de “rey de Asiria”, se autotituló “Palmera de Asiria”.
Hecho
el suntuoso palacio y plantado el espléndido jardín, Senaquerib tenía que
asegurar el mantenimiento verde de su magnífica colección de plantas, necesitaba
una fuente de agua abundante y constante y un método para elevarla a la altura
deseada.
Por
un lado, Senaquerib diseñó un magnífico sistema de canales, pozos, túneles,
presas y acueductos con arcos de piedra, que se internaban en las montañas y
traían agua fresca, desde más de 80 km de distancia, hasta la ciudadela de
Nínive. Parte de esa obra fue descubierta en los años 30 del pasado siglo
(restos de un gran acueducto ) y parte en 2012 (restos de cinco acueductos
más).
Por
otro lado, el rey inventó un nuevo método de fundir y esculpir el bronce. Y lo
usó para crear figuras de leones y otras criaturas de tamaño enorme (hasta de 30
t), y también máquinas (tipo tornillo de Arquímedes) para elevar agua desde unas
cisternas hasta arriba del elevado jardín.
El
resultado de todo eso fue que el Jardín de Nínive tenía la maravillosa cualidad
de mantener su verdor todo el año. Cuando el resto del territorio estaba reseco,
un verdor así podría parecer un milagro a quien lo viera; de hecho, era uno de
los atributos del paraíso y del jardín mitológico de Alcínoo, que Homero incluyó
en La Odisea.
Esta
versión de los Jardines Colgantes que Dalley defiende concuerda con las
descripciones de los autores clásicos. En todo ello se basó el artista inglés
Terry Ball (1831-2011) para realizar una nueva interpretación visual de cómo
debieron de ser los Jardines Colgantes de Nínive.
En
cuanto a los nombres “Babilonia” y “Nabucodonosor” de las versiones clásicas,
Stephanie Dalley sugiere que la denominación Babilonia, que significa “puerta de
los dioses”, era un epíteto de ciudad, para babilonios y asirios, y Nínive fue
también a veces conocida como Babilonia. Algo semejante pasó con los nombres de
los reyes, que se usaron indistintamente como arquetipo de gran rey.
El
misterio de los Jardines Perdidos más famosos del mundo ha sido desvelado. Como
concluye Dalley, todo el proyecto del rey Senaquerib, es de una magnífica
concepción, espectacular ingeniería y brillante como obra de arte. El novedoso y
asombroso complejo de palacio, jardín y sistema de riego, sin duda, se merecía
ser incluido en la lista de las Siete Maravillas del Mundo.
La
nueva narración científica es tan fascinante como la leyenda antigua. Desde las
brumas del tiempo los célebres Jardines Colgantes surgen como un ejemplo pionero
de jardín bien logrado, nacido del culto a la belleza vegetal intemporal y de la
consciencia de su valor simbólico. En su imitación del paisaje natural
y milenios antes del paisajismo inglés, fueron precursores del jardín llamado
romántico. Fundaron la estela de los “jardines por amor”, tradición que dio otra
Maravilla al Mundo, el Taj Mahal. También, inauguraron los “jardines de los
cinco sentidos” brindando frutas abundantes, árboles fragantes que aromatizaban
el pasear y arrullos y cantinelas del agua. Y, lo que más me entusiasma, los
Jardines fueron creados para provocar el asombro, el sentido que más nos conecta
con la grandeza de la naturaleza.
Escrito
por Rosa, jueves 23 de marzo de 2017.
Fuentes:-
Milton, J. (2005).
El Paraíso Perdido. Ed. bilingüe de Enrique López
Castellón. Abada, Madrid. 2. - Dalley, S. (2013).
The Mystery of the Hanging
Gardens of Babylon: An elusive world wonder traced. OUP Oxford.
-
La
Epopeya de Gilgamesh (2008). Versión de A. George. Traducido por Fabián
Chueca. Debolsillo, Barcelona.
- Yasuda, Y., Kitagawa, H., & Nakagawa, T.
(2000).
The earliest record of major anthropogenic deforestation in the Ghab
Valley, northwest Syria: a palynological study. Quaternary International,
73, 127-136.
-
Los
saqueos destruyen ciudades milenarias de Irak y Siria en El País.
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