El
sentimiento del asombro siempre me ha sido muy querido. Ese afecto empezó en un
tiempo en que solía pasear con mi sobrina de seis años. El paseo, emprendido con
ánimo aventurero, siempre nos deparaba sorpresas y motivos de regocijo, a veces
se nos cruzaba una gaviota volando, otras divisábamos un gran barco de vela en
el horizonte o nos topábamos con un árbol cuajado de exóticas flores. Todo era
motivo de asombro, si bien un tanto incitado por mi manera entusiasta y
apasionada de contar. Quería entretenerla y divertirnos juntas observando las
pequeñas maravillas de nuestro entorno, lo que no era nada difícil dado el
instinto natural de niñas y niños para la fascinación.
Ahora,
sumida en la aventura de escribir este blog sobre árboles, el asombro sigue
siendo motivo de mis reflexiones. En la experiencia de asombrarnos ante la
presencia de los árboles siento que hay algo fundamental para conectar con ellos
de manera profunda y duradera, algo que también es escurridizo, intangible y
difícil de expresar. ¿Qué pasa cuando nos abrimos a sentir y percibir el flujo
de la vida que emana de un majestuoso árbol centenario? ¿Qué importancia tienen
los sentimientos de sobrecogimiento y turbación que nos provoca la grandeza
vital de los árboles?
La importancia del asombro ha sido y es objeto de atención de
educadores y terapeutas, pensadores y artistas. Rachel Carson (1907-1964), la
escritora y bióloga estadounidense que inspiró el ecologismo moderno, dedicó un
libro enteramente a revelar el valor del asombro para descubrir y amar el mundo
natural que nos rodea, un texto muy inspirador para quienes queremos ahondar en
nuestra conexión con la naturaleza.
Rachel
Carson es mundialmente conocida por su libro La primavera silenciosa
(1962), en el que denunció el uso descontrolado del DDT y advirtió de las
consecuencias dañinas para la salud humana y la naturaleza, libro que dio origen
al movimiento ambiental contemporáneo. Sin pretenderlo, dada su naturaleza
tímida, modesta y tranquila, se convirtió en un icono, un ejemplo, por la
trascendencia de sus obras y por su valentía y entereza moral en la defensa de
sus ideas. Su mensaje sigue vivo en sus libros, al alcance de quien quiera
descubrirlo.
Rachel
Carson amaba la naturaleza, era su pasión desde niña, igual que la literatura.
La contemplación continua de entornos naturales, como el mar y el bosque, debió
de llevarla a interiorizar la naturaleza de tal modo que al escribir era capaz
de expresar, por encima del discurso científico, la poderosa belleza que irradia
todo lo vivo. Y deseaba que todo el mundo pudiera reconocer esa grandeza, por
eso, escribió diversos artículos para enseñar a la gente la belleza y maravilla
de lo natural.
Una
versión preliminar de El Sentido del Asombro fue
publicada como artículo en 1956 en la revista Woman’s Home Companion,
bajo el título Ayuda a tu hijo a asombrarse (Help your child to
wonder). En los sesenta, cuando ya estaba enferma del cáncer que acabó con
su vida, lo reescribió como libro y fue publicado póstumamente en 1965, con el
título The Sense of Wonder. Hasta 2012 no se ha podido encontrar una
traducción en español de esta obra tan relevante (1).
Es
un libro breve que relata experiencias con su sobrino, explorando la naturaleza
en la costa de Maine, donde tenía “su propia playa y su propia parcela pequeña
de bosque”.
Una tormentosa noche de otoño cuando mi sobrino Roger
tenía unos veinte meses le envolví con una manta y lo llevé a la playa en la
oscuridad lluviosa. Allí fuera, justo a la orilla de lo que no podíamos ver,
donde enormes olas tronaban, tenuemente percibimos vagas formas blancas que
resonaban y gritaban y nos arrojaban puñados de espuma. Reímos juntos de pura
alegría. Él, un bebé conociendo por primera vez el salvaje tumulto del océano.
Yo, con la sal de la mitad de mi vida de amor al mar en mí. Pero creo que ambos
sentimos la misma respuesta, el mismo escalofrío en nuestra espina dorsal ante
la inmensidad, el bramar del océano y la noche indómita que nos
rodeaba.
Las
muestras de fascinación del niño en las diversas situaciones a las que lo expone
son, para la autora, la confirmación de la existencia en los niños de un
verdadero instinto para asombrarse ante lo que es bello e inspira admiración.
Pero lo más llamativo es que la admirable científica considera esencial acercar
a los niños, antes que nada, a la belleza de lo natural, a la belleza de todo lo
que existe, del misterio que emana de lo vivo. “Conocer no es ni la mitad de
importante que sentir” sería su mantra. Más que instruir y dar a aprender
nombres y hechos, defiende que hay que estimular las emociones, el sentido de la
belleza, el entusiasmo por lo nuevo y desconocido, las sensaciones de simpatía,
compasión o amor. Una vez que hayan surgido las emociones, dice, entonces
desearemos el conocimiento sobre el objeto de nuestra conmoción, y cuando lo
encontremos entonces tendrá un significado duradero.
Que
el asombro es la puerta del saber no es nuevo, pero no lo tenemos muy presente
en la actualidad, hemos olvidado ya que es el origen del conocimiento humano.
Platón, Aristóteles y otros sabios de la antigüedad lo enunciaron: por nuestros
ojos participamos del espectáculo de la estrellas, del sol y de la bóveda
celeste y ese espectáculo nos impulsa a investigar el universo. El asombro nos
mueve a buscarle una explicación a los fenómenos que tenemos delante, una
respuesta a las innumerables preguntas que nos vienen a la mente. El título del
libro de Carson es, en ese sentido, doblemente acertado dado que la palabra
wonder tiene una doble acepción en inglés, “sorprenderse” y “preguntarse”.
Hay
consenso en considerar que el asombro es una capacidad o “sentido” innato en los
niños, pero que al crecer se debilita, incluso se pierde, si no se mantiene
activo. Y poco lo ejercitamos hoy en día con el escaso tiempo que le dedicamos a
visitar la naturaleza y las innumerables horas que ocupamos con nuestros
dispositivos tecnológicos. Educadores y terapeutas que defienden el desarrollo
integral de la persona y de su creatividad abogan por la necesidad de cultivar
la capacidad de asombro ante la belleza natural como parte importante para el
desarrollo pleno de los niños y adultos. Rachel Carson vislumbró en la sociedad
de los años 50-60 (del pasado siglo) que la tecnología alejaría a la gente de la
naturaleza y de la experiencia gratificante de admirarla; como remedio argumenta
la necesidad de cultivar y fortalecer este sentido. ¿Cómo adiestrar y robustecer
esa capacidad de maravillarnos?
En
su libro, Carson sugiere llevar a los niños a explorar la naturaleza y que se lo
pasen bien, y se abran a las posibilidades de deleites y descubrimientos que los
sentidos les brindan. Nos convence de que todos tenemos múltiples ocasiones de
admirar la belleza de la naturaleza que tenemos cercana, basta con estar atentos
y abiertos. Revela diversas maneras de maravillarnos en la vida cotidiana,
mirar las nubes y el cielo, escuchar las voces de la tierra, percibir los
olores cargados de impresiones y recuerdos… nada de lo que sugiere es del todo
nuevo, pero su poderosa prosa poética y su sentida elocuencia inspiran verdad y
deseos de seguir sus pasos.
Al
final del texto, Rachel Carson se pregunta si conservar el sentido del asombro
tiene algo más de valor en nuestras vidas, más allá del disfrute que proporciona
la contemplación de la belleza. Su respuesta es la certeza. La certeza en que el
sentido del asombro y sobrecogimiento tiene un valor profundo y duradero en la
vida interior de las personas:
Aquellos, tanto científicos como profanos, que moran
entre las bellezas y los misterios de la Tierra nunca están solos o hastiados de
la vida.El don del sentido del asombro, es un inagotable antídoto
contra el aburrimiento y el desencanto de los años posteriores a la niñez, los
años de la estéril preocupación por problemas artificiales y del distanciamiento
de la fuente de nuestra fuerza.
Aquellos que contemplan la belleza de la
tierra encuentran reservas de fuerzas que durarán hasta que la vida
termine.
Cualquieras que sean las contrariedades o preocupaciones de sus
vidas pueden encontrar el camino que lleve a la alegría interior y a un renovado
entusiasmo por vivir.
Hay una belleza tanto simbólica como real en cada
manifestación natural, en la migración de las aves, en el flujo y reflujo de la
marea, en los repliegues de las yemas preparadas para la primavera.
Hay algo
infinitamente reparador en los reiterados estribillos de la naturaleza, la
garantía de que el amanecer viene tras la noche, y la primavera tras el
invierno.
La
profesora de Ética Ambiental Mª Ángeles Martín, en el prólogo del libro, expresa
de un modo exquisito el valor de la obra: “El sentido del
asombro ayudará a entender no solo a esta mujer, sino la razón que
subyace en la denuncia que la ha caracterizado. Este libro es su obra más
trascedente y desconocida. Más allá de revelar en su vida las agresiones a la
naturaleza, su principal legado fue enseñarnos que no hay mejor manera de
preservarla que experimentar su grandeza”.
Tras
la lectura de esta pequeña joya literaria naturalista, me reafirmo en mi empeño
de potenciar y cultivar el sentido de asombro por los árboles y su mundo. No
sólo para conocerlos mejor y cuidarlos sino también porque ese sentimiento nos
conecta con la esencia invisible del mundo, con ese flujo que atraviesa toda la
naturaleza y nos hace sentirnos parte integrante de la armonía universal.
Escrito
por Rosa, jueves 17 de septiembre de 2015.
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