Los
árboles son unos magníficos proveedores de alimento y vitaminas en forma de
frutas bellas y deliciosas. "El que quiera fruta que suba al árbol" es una
máxima muy conocida del historiador y clérigo inglés Thomas Fuller (1608-1661),
que se cita como metáfora moral de la recompensa al esfuerzo. Pero no vivimos en
la Inglaterra del siglo XVII y la mayoría estamos acostumbrados a acercarnos al
supermercado o a la tienda de alimentación más cercana para elegir cómodamente
entre una rica variedad de frutas cultivadas. En este mercado globalizado puedo
adquirir en Sevilla kiwis de Nueva Zelanda, aguacates de Perú, mangos de Brasil,
uvas de Chile, pomelos de Sudáfrica o manzanas de Francia. Gran parte de la
población mundial (54%) vivimos en núcleos urbanos y hemos perdido el contacto
con el "árbol madre" que nos abastece de frutos.
En
contraste, muchos habitantes de bosques y selvas siguen subiendo a los árboles
para alcanzar su recompensa, los frutos. Hace unos años, en las páginas de un
suplemento semanal vi una imagen del fotógrafo Sebastião Salgado (Aimorés, 1944)
que me impactó. La foto en blanco y negro mostraba una visión lateral del dosel
intrincado y las copas entrelazadas de un bosque tropical, posiblemente tomada
desde una atalaya cercana. Enormes hojas de palmas ocupaban casi toda la parte
derecha. Un tronco recto de árbol atravesaba verticalmente la foto, cerca de la
margen izquierda. Por el tronco gigantesco trepaba una figura humana; un
hombrecillo empequeñecido por la grandeza de la selva, que en la primera visión
de la foto pasaba desapercibido. Una composición magistral.
Esta primavera las fotos de Salgado llegaron a Sevilla en una
exposición itinerante, instalada al aire libre ("Arte en la Calle") frente al
pequeño jardín del Archivo de Indias. Allí estaba de nuevo el hombrecillo
trepando absorto por el tronco gigantesco, entre paseantes y curiosos. Visto más
de cerca se le podía apreciar musculoso, vestido solo con un taparrabos,
trepando a pulso el tronco con ayuda de una cuerda a modo de cincha y apoyando
los pies descalzos. La leyenda de la foto al fin me desveló que se trataba de un
joven del clan mentawai que subía a cosechar durianes, en la Isla Siberut
(Indonesia).
El rey de las
frutas tropicales
El
fruto del durión (o durián) es muy apreciado en el sudeste de Asia donde se le
denomina el "rey de las frutas". Hay 30 especies del género Durio (en
la familia Malváceas) de las que nueve producen frutos comestibles, la más
extendida y cultivada es Durio zibethinus.
En
occidente, el médico y botánico español Juan Fragoso ofreció una de las primeras
reseñas sobre esta fruta, en su obra enciclopédica de 1572. "Muchos tienen por
una de las más excelentes frutas de la india oriental, los doriones de Malaca,
que son del tamaño de nuestros melones, con una corteza muy dura y cubierta de
muchas espinas". Además, "cuentan los que han visto el árbol ser tan grande como
un nogal" ¹.
En
efecto, los árboles del durión son altos, hasta de 40 m, tienen troncos rectos
(como se aprecia en la foto de Salgado) y gruesos, de unos 2 m de diámetro, las
primeras ramificaciones están a unos 20 m. Es decir, hay que trepar bastante
para alcanzar los deseados duriones.
Los
frutos son en verdad una buena recompensa. Son grandes, pesan unos 2-3 kg, con
una piel gruesa cubierta de espinas. En su interior esconden unos arilos
carnosos, dulces, cremosos, que pueden ser de color crema, amarillo, naranja o
rojo, según la variedad y especie. Estos arilos comestibles suponen el 15-35%
del peso de la fruta y son ricos en proteínas (2,5%), lípidos (2,5%) e hidratos
de carbono (28%), además de minerales, vitaminas y fibras.
Acuarela
china de 1824, British Library.
La
atracción por los duriones va más allá de su valor nutritivo, es una pasión para
muchos asiáticos. El naturalista y geógrafo Alfred R. Wallace (1823-1913) viajó
durante ocho años por el archipiélago malayo dónde conoció y se aficionó a los
duriones. Es bien conocida la historia de la carta que escribió desde allí a
Darwin en 1858 con sus ideas sobre la selección natural, el revuelo académico
que originó y su papel seminal en la Teoría de la Evolución. Unos años antes, en
1856, escribió una carta a William J. Hooker, director de los Jardines de Kew,
narrándole las excelencias de los duriones.
El durión es una fruta de carácter perfectamente
único, no tenemos nada con la que pueda ser comparada.
Es redonda u ovalada, del tamaño de un melón pequeño,
de color verde y cubierta de espinas fuertes. Desde la base al ápice se pueden
distinguir cinco líneas que son las suturas de los carpelos y muestran por donde
se pueden abrir con un buen cuchillo y unas manos fuertes. Las cinco cavidades
están rellenas con una masa de pulpa firme, color crema, que contiene unas tres
semillas cada una. Esta pulpa es la parte comestible, y su consistencia y sabor
son indescriptibles. Una crema rica con sabor intenso a almendra puede dar una
buena idea, pero a veces hay trazos de sabores que recuerdan al queso cremoso,
la salsa de cebolla, el vino de jerez y otros platos incongruentes. Luego hay
una rica suavidad pegajosa en la pulpa que ninguna otra tiene, pero que le añade
su delicadeza. No es ni ácida ni dulce ni jugosa; sin embargo no necesita
ninguna de esas cualidades porque en sí misma es perfecta. Mientras más comes
menos te sientes inclinado a parar. De hecho, comer duriones es una sensación
nueva digna de un viaje al Este para experimentarla.
Quizás no sea correcto decir que el durión sea la
mejor de todas las frutas porque no puede ofrecer jugos refrescantes como la
naranja, la uva o el mango, pero en cuanto a producir un alimento del sabor más
exquisito no tiene rival. Si tuviera que elegir un representante de la
perfección de cada clase sería al durión y a la naranja como el rey y la reina
de las frutas.
Los
nativos de estas islas tienen adicción por los duriones. Cuando llega la
temporada de su maduración abandonan sus poblados y acampan en el bosque durante
semanas, alimentándose básicamente de duriones.
Señal
en el metro de Singapur.
Para
Wallace era la fruta perfecta, sin embargo tiene un pequeño inconveniente, su
olor penetrante no a todo el mundo agrada. El viajero y gastrónomo Richard
Sterling lo describe en su blog como si se mezclara en una batidora excremento
de cerdo, aguarrás y cebollas podridas, aderezándolo con un calcetín sudado.
Quizás refleja un prejuicio occidental o una diferente sensibilidad cultural con
los aromas. En cualquier caso este olor intenso del durión maduro no es
gratuito, ni está diseñado para espantar a los gastro-snobs; es una
fuerte llamada a los mamíferos de la selva, que se orientan más por el olfato
que por la vista, para que dispersen sus semillas. Al reclamo olfativo del
durión maduro acuden elefantes, rinocerontes, orangutanes, tapires y jabalíes,
incluso algunos carnívoros como tigres, leopardos y civetas, toda una fiesta en
la selva. En cambio, en el ecosistema urbano este aroma del bosque no está
permitido, así se pueden ver señales de prohibición de llevar duriones en
transportes públicos, hoteles y aeropuertos de las ciudades asiáticas.
Santuario de
Siberut
La
isla de Siberut, al oeste de Sumatra (Indonesia), tiene unos 4.030 km² casi en
su totalidad ocupado por bosque tropical húmedo, gracias a la alta precipitación
que recibe (media anual de 4.217 mm). Se pueden encontrar más de 100 especies de
árboles diferentes en pocas hectáreas de bosque, siendo las familias más
diversas Euforbiáceas, Lauráceas, Mirtáceas y Moráceas. Está incluida en el
punto crítico (hot spot) de biodiversidad denominado Sundaland, una de
las zonas más biodiversas y también más amenazadas del planeta.
Thomas
Raffles (1781-1826) fue gobernador de Bengkulu (Sumatra), donde la Compañía
Británica de las Indias Orientales se dedicaba a la producción y comercio de la
pimienta y la nuez moscada. Además de fundar Singapur en 1819 como puerto
británico realizó expediciones por el archipiélago. En una de ellas, en 1819, se
descubrió la extraña y singular planta parásita de flores enormes, Raflessia
arnoldii, que fue nombrada en su honor. En 1821 visitó la isla Siberut y se
quedó impresionado por la amabilidad e ingenuidad de sus habitantes, en una
carta escribió que le parecía estar en el Jardín del Edén.
La
etnia Mentawai ha estado habitando el arco de pequeñas islas que se alinean al
occidente de Sumatra, desde hace al menos 2.000 años. Son pueblos que viven de
la caza y la pesca, de la recolección de frutos (como el durión) y del sago
(almidón obtenido de la palmera Metroxylon sagu), del cultivo del taro
y las bananas, y la cría de cerdos y gallinas. Son animistas y tienen un sistema
de rituales y tabúes que mantienen el equilibrio de la gente y los recursos del
bosque. Un dicho mentawai reconoce que "como el pez en el agua, nuestras vidas
son inseparables del bosque y la tierra". En 1981 la isla Siberut fue declarada
Reserva de la Biosfera por la UNESCO, con la intención de conservar su rica
biodiversidad (incluyendo cuatro especies endémicas de primates) y que los casi
20.000 indígenas mentawai pudieran conservar su cultura ancestral en equilibrio
con la naturaleza. Más tarde, en 1993 la parte occidental de la isla fue
protegida como Parque Nacional por el Gobierno de Indonesia.
Sin
embargo existen diversas amenazas que, como una maldición bíblica, están
destruyendo este Jardín del Edén. La explotación maderera y la destrucción de la
selva para plantar palmas aceiteras, cultivo en expansión en Indonesia, están
alterando los ecosistemas y las formas de vida en esta isla. Por otra parte, el
contacto con las costumbres modernas está causando la pérdida de las culturas
tradicionales.
Sebastião
Salgado dedicó ocho años a buscar por todo el mundo las imágenes y las historias
de su magna obra Génesis². Una sección la dedica a los Santuarios,
"lugares donde las comunidades humanas continúan viviendo de acuerdo a sus
culturas y tradiciones ancestrales". Con sus fotos pretende "ver y
maravillarnos, y comprender la necesidad de proteger estos lugares".
La
historia y la imagen potente del joven mentawai que sube a por duriones en la
selva de Siberut nos asombra y nos maravilla, alimenta nuestra imaginación y nos
confirma que vivimos en un mundo hermoso, pero también vulnerable.
____________________
¹
Fragoso, J. 1572. Discurso de las cosas Aromáticas, árboles y frutales, y de
otras muchas medicina simples que se traen de la India Oriental, y sirven al uso
de la medicina. Francisco Sánchez, Madrid.
² Salgado, S. 2013.
Génesis, Taschen, Madrid.
Escrito
por Teo, 16 de julio 2015.
No hay comentarios:
Publicar un comentario