DERRUMBE:
autor: ANA MARÍA MANCEDA. Este cuento obtuvo el 1º
PREMIO INTERNACIONAL EN NARRATIVA por edit. Artes y letras 2008
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La reconocida escritora local Ana María Manceda escribió, en 2007, su cuento Derrumbe,
que de manera premonitoria los anunciaba en la ladera del Curruhuinca. El cuento obtuvo el 1º premio internacional en narrativa por edit. Artes y letras 2008. |
─Tome un mate y coma una torta frita, por ahí se le va esa
cara tan seria, usté es muy preocupada.
─¿Te
parece? ─ Y ella se rió.
Al devolverle el mate la miro, Blanca tiene la risa
más cristalina y sonora que he conocido.
Es como el sonido de las aguas del
bosque que caen en cascada. Es el paisaje de la infancia de Blanca ¿Tendrá que
ver? ¿Será mi
desarraigo, esos pedazos de pieles arrancados a la vida , la nube que produce
mi expresión preocupada?
─Tenés razón Blanca, las tortas están exquisitas, en
mi tierra son distintas, flaquitas, no usamos levadura, éstas son más
ricas. ¿Así que lo de la casa va viento en popa?
─¡Ajá! Va
bueno doña Eugenia, quería invitarla para el Domingo ¿Podrá ir?
─Sí por qué no, iré por la mañana debo regresar
temprano, luego me encierro a corregir los trabajos de mis alumnos, el lunes
los tengo que entregar.
Cuando terminó su rutina se despide. La veo
salir por el sendero hacia la calle. Contradicción. Me siento feliz de quedar
sola con Yuko, mi perro labrador, por otra parte siento su ausencia. Podíamos estar largos ratos sin hablar, cada una en sus quehaceres, por ahí yo emito alguna frase para provocar
su opinión y ella carga con esa lógica aplastante que no la da ningún libro.
Estoy bien, mañana arribará de nuevo, debe atender a sus hijos.
El espejo me devuelve la cara de una mujer
cuarentona y melancólica. Me excuso. Dejé todo. Familia, paisaje, olores,
historias. Todo quedó a dos mil kilómetros de distancia y a dos mil años de
ausencias. Llegué al sur, a la
Patagonia , tratando de
empezar una nueva vida, pero uno viaja con su mochila. Siempre. Del Atlántico
al Pacífico, tan solo me separa de sus playas la Cordillera de los
Andes, solo eso. De todas maneras siento sus vientos en este pueblo de bosques,
lagos y montañas. Y también las lluvias y la nieve.
Hora de clases. ─Profe,
Profe ¿ Cómo saco en el mapa los kilómetros de distancia con la regla? Me perdí.
─¡Mm! Prestá atención, fijate en la escala, si te
indica milímetros los pasamos a centímetros y más menos colocamos la regla
sobre los puntos que queremos investigar.
Según los centímetros sabremos la cantidad de
kilómetros ¿Estamos?
El trabajo nos había llevado dos
semanas. Era una investigación de las posibles consecuencias ambientales que
en nuestra región ocasionarían los ensayos nucleares en una de
las islas del Pacífico. Teniendo en
cuenta que ésta zona es sísmica y volcánica, cualquier presión de esa
envergadura sobre las placas tectónicas del continente que se expanden debajo
del océano podría producir deslizamientos y consecuencias graves. Las conclusiones de la investigación irían
adjuntas a una petición de suspender los ensayos nucleares al Gobierno y a la
embajada del país que produciría las
explosiones atómicas. Este tipo de trabajos les apasionaba a mis alumnos, se
sentían protagonistas y a mí me permitía
dictar la materia Geografía de una
manera dinámica a la vez de crear conciencia ecológica. ¿Nos responderían? Dictar clases en una escuela secundaria
estatal en estos pueblos alejados de la Capital era un placer. Arquitectura adaptada al
rigor climático, calefacción en todas las aulas. Concurren alumnos de clase
media, baja y media alta. Hace poco abrió un colegio privado, bueno,
semi-privado, ya que tienen subsidio del Estado. Hacia allí emigró una pequeña
población de alumnos de clase media alta y de los que quieren ser. Cuotas caras
y estima social. Así es. Pero se perdieron de realizar el trabajo ecológico,
hasta el momento solo lo hacemos en la escuela estatal. ¿Qué le importa a los
privados que la Placa
de Nazca se deslice debajo de la Sudamericana y provoque terremotos? ¿Lo sabrán?
Domingo. Salgo a las once de la mañana, es
otoño y la temperatura está bajo cero. Me dejo llevar por Yuko, tira fuerte de
la correa. El paisaje es una ceremonia de colores, el crujido de las hojas,
repito en mi mente, solo es una muerte transitoria, mi melancolía es una muerte
transitoria, debo vivir, vivir. A medida que voy subiendo las laderas veo el
pueblo, mezcla de edificios modernos y casas antiguas ¿Cómo las percibo? Sus chimeneas
emiten el humo de las costumbres heredadas de los viejos hogares. Lo moderno es tener calefacción a gas, pero
el olor a Ñire quemado invade una historia cálida de colonos; boers,
franceses, alemanes, ingleses, argentinos de provincias norteñas e indígenas, originarios dueños de estas
tierras. Olores, siempre olores atados a los recuerdos. Aquí no están los míos.
Abajo, no tan lejos, el lago, azul, verde, y el sol jugando a las escondidas
en los bosques. Hay troncos caídos,
admiro los líquenes que se adhieren como un tapiz a su corteza. Sé de la importancia de estos seres como
índices biológicos de la pureza del aire. Aire oxigenado. En las grandes
ciudades ya no se ven, excepto en las ramas muy altas de los árboles. A veces.
Estoy llegando, las casas del plan social se
ven casi terminadas, hay más, muchos más
troncos caídos, han desmontado la ladera para poder edificar. Los terrenos son
fiscales, la discusión está a que jurisdicción pertenecen, si a la provincia o
a Parques Nacionales. La gente necesita las viviendas pero es indudable que los
políticos necesitan los votos y no se detienen ante nada. Este desmonte va a
traer graves consecuencias.
Me recibe
la algarabía de los chicos. Risas, gritos, la oscuridad del lugar, el suelo
helado y la pobreza se desdibujan ante las caras coloradas.
─Señora
Eugenia ¿Se queda a comer?¿ Se queda hasta la tarde? Me pregunta Pedro, el
mayor de los hijos de Blanca. Lo acaricio, le doy la bolsa con los regalos. Se
acercan sus hermanos y otros chicos vecinos.
Dentro de
la casa, al lado de la cocina a leña charlamos con Blanca. Pedro y sus hermanos
entran y salen, desesperados por comer las golosinas antes del almuerzo. Se
escucha el ruido d las sierras eléctricas.
─¿ Siguen
desmontando Blanca?
─Y sí,
necesitamos espacio, además para tener
un poco de sol, esto es muy oscuro.
─No deja
de ser peligroso, los árboles fijan el suelo y equilibran el ciclo del agua. En
la época de lluvias se va a lavar ese suelo, pueden ocurrir desmoronamientos.
─¡Qué va! A nosotros no nos dijeron nada.
No opiné más. No tenía derecho. Estaba tan ilusionada
con su casa. Miré por la ventana, el cerro estaba ahí nomás, era un paredón de
rocas amenazantes, debían hacerles una contención. ¡Basta de preocupación! A
disfrutar con esta querida familia. Luego del guiso exquisito, el postre, la
caminata por la zona y la felicidad de los chicos, regresé a mi casa con un
Yuko agotado, igual que yo, nos acompañó
una caída violenta del sol tras los cerros y el frío que se adhiere
insobornable, imagino el horizonte y el dulce atardecer de la llanura, rojo
recuerdo. Llegamos, los hijos de Blanca son una cálida esperanza. Fue un día pleno.
Y la época de lluvias comenzó, alternadas con
fuertes nevadas. Reino de los turistas esquiadores. Pueblo de postal, hacia el
este, cerros boscosos con pistas de esquí. Hacia el oeste cerros boscosos,
oscuros, con humildes casas, en el centro el valle y la ciudad. Paisaje bello,
incoherencia social. Todo sucede bajo las mismas estrellas.
Comienzo de Primavera, se advierte la nueva
estación por los brotes de las plantas, aún sigue nevando. En esos días sopló
la felicidad en la casa, Pedro venía de forma asidua a hacer las tareas
mientras su madre terminaba la rutina diaria. Se entusiasmaba con mis libros,
de manera especial con los libros del cosmos. Le daba algunas explicaciones
sencillas del origen y evolución del universo. Blanca se ponía contenta, decía
que iba a sacar un científico del chico.
─Usté es tan cariñosa con los niños Doña, debería
tener su hombre, no es bueno que la mujer esté sola.
¡Hay
Blanca! Ella sí estaba sola, con tres niños que mantener. Quizás la equivocada
era yo, ella había logrado la eternidad, a pesar del abandono de la familia por
parte de su hombre.
A mediados de Octubre se armó revuelo en el colegio, nos habían llegado
respuestas del Congreso de la Nación y del país
involucrado en les ensayos nucleares. Por distintas leyes se había realizado el
“TRATADO DE PROHIBICIÓN COMPLETA DE LOS
ENSAYOS NUCLEARES en el CONGRESO DE COLOMBIA 2001” . Nos enviaron el
tratado y agradecimiento por nuestra participación. Por supuesto nuestro pedido
no fue determinante ya que hace años
venían tratando el tema en las Naciones Unidas
con resoluciones previas, pero para nosotros fue motivo de orgullo saber que estábamos en la buena senda de
estudio de la compleja temática ecológica.
Era una tarde agradable, el sol comenzaba a
entibiar la atmósfera y algunos pájaros se animaban a trinar recibiendo la luz
de primavera. Pedro tomando la merienda, su madre vendría a buscarlo más tarde,
debió quedarse en su casa pues los albañiles tenían que terminar la habitación
de los chicos. Una herida rompió el equilibrio, las sirenas de los bomberos
comenzaron a sonar alertando un incendio o un accidente. Intuición. Llamé a la
radio, pregunte qué sucedía. La primera reacción es la parálisis del cuerpo y
la mente. Derrumbe. Había ocurrido en el nuevo barrio de las casas sociales,
en las
laderas de los cerros que dan al Oeste. Cuando reaccioné tomé a Pedro, mi
cartera y pedí un taxi. El chófer no sabía más que lo comentado por la radio ¿Habría
heridos? Nos dejó en la zona baja. Ya estaban las ambulancias cargando gente en
camillas. Todo era un pandemónium. Tomados de las manos con Pedro subimos la
cuesta, de mi boca salían palabras estúpidas, para brindarle calma pero el
chico lloraba. Al llegar a la casa de Blanca vimos que estaba intacta pero las
casas vecinas tenían destruidas algunas partes. Había heridos, algunos muy
graves. Entre la multitud vimos a Blanca, comenzamos a gritar, nos vio y vino
hacia nosotros corriendo, a su lado los hermanos de Pedro, llorando. Nos
abrazamos, temblaba. Por seguridad no podíamos entrar, era posible que las
rocas caídas del paredón sin contención
hayan debilitado alguna estructura
de la construcción. A la hora del crepúsculo nos fuimos hacia mi casa.
Hasta que no estén seguros que no correrían peligro y hecha la contención de
las rocas, vivirían conmigo.
En ese tiempo descubrí que a pesar de mi
mochila y mis dos mil años de ausencias había encontrado una familia. El Doña
Eugenia de los chicos lo sentía cien veces por día, sonaba a música. Para fin de año, al momento de brindar tuve
una luz en mi terco cerebro. No era bueno que una mujer esté sola. Suspiré
feliz, Yuko, recostado, miraba alerta a los chicos, como esperando un ataque.
Blanca se ríe de sus pícaras ocurrencias y el hecho de estar compartiendo la
fiesta con sus hijos. Y yo, quizás aprenda
a aceptar esta nueva vida, aunque el parásito de la nostalgia esté muy cómodo
viviendo en mis entrañas.***
Hola guapa!
ResponderEliminarVengo a darte la bienvenida al club, pues al fin hoy, publiqué tu ficha de socia allí.
Mira:
http://elclubdelasescritoras.blogspot.com.es/2013/10/398-ana-maria-manceda.html
Saludos y bs!