
El
viento ardiente esparce la arena, mientras el sol dibuja en la atmósfera
millones de pequeños arcoiris con las partículas
danzantes. De pronto la quietud y el silencio. Un pequeño insecto, cuyo color
se confunde con el paisaje, deambula entre las olas de arena, sorprendido
observó un obstáculo, para él una montaña, decidido comenzó su ascenso de
manera pertinaz. Al llegar a la cima buscó una estrategia y finalmente se
deslizó hacia el mar dorado.
En ese
espacio desolado el tiempo cobra otro ritmo, la temperatura no encuentra
escollos civilizados y baja a medida que la luna se va desplazando en su
nocturno viaje. La piedra, estática durante el día, se encoge durante la noche,
como respuesta a la crueldad climática.
En esos
días sin horas, un guerrero montado en su negro caballo, cruza veloz, su cuerpo
y cara protegidos evita el ardor de la arena. Sus armas en la espalda, su mente
en la guerra. Las patas del animal tropiezan con una piedra pero sigue su
camino, luego todo sigue igual.
Un
mercader fatigado va junto a su camello cargado de valiosas mercancías. Los
cálculos monetarios que realiza pensando en las ventas que realizará en el
pueblo del próximo oasis, lo estimulan a seguir el viaje. Mira de reojo a la
piedra, es rara, no brilla, no tiene ningún valor, ni siquiera para adorno.
Siempre
el sol presente y el aire que quema. Llega hasta la piedra un sabio. Éste
recorre el desierto una vez al año con la esperanza de encontrar una señal divina,
una revelación. Al sentarse observa la quietud de la pequeña roca, el viento
sopla suave, aún así provoca el desplazamiento de las dunas de arena. Luego de
varias horas de reflexión concluye que ese cuerpo, ¿Inorgánico? No se mueve, a
pesar de ese universo donde todo es movimiento, debe ser por algún mandato
divino y debe quedar ahí.
Las
estaciones se suceden, pero en esos paisajes, las variaciones de solsticios y
equinoccios apenas se detectan, el sol es el mago, sus juegos de luces son los
que descubren los cambios. En dirección hacia el pueblo se acerca un jinete, es
un guerrero malherido, las patas del animal atropellan la piedra, ésta no se
mueve, sólo parece estremecerse ante las gotas de sangre que caen sobre ella.
Una
tarde, en la que el desierto agoniza en llamas, llega una mujer cuyo cuerpo y
rostro delatan un gran sufrimiento, agotada se deja caer en la arena y rompe en
sollozos. Las lágrimas caen sobre la piedra, exangüe se adormece. El sol está
en camino e ocultarse, la temperatura comienza a bajar, la mujer se despierta,
le parece haber vivido una pesadilla, pero no, su marido, el guerrero, ha
muerto. Súbitamente queda asombrada al mirar la piedra, ésta se había abierto
en una perfecta simetría, transformándose en una bella flor. Le pareció una
imagen esperanzadora, en medio de la aparente nada, sobrevivía ese extraño ser.
En el
horizonte comienza a divisarse el brillo de las estrellas, la arena se iba
vistiendo de opacidad. La flor luego de eternizarse comenzó a desaparecer en la
piedra quieta. La mujer, solitaria en su camino, retorna a su casa con una
certeza; lo aparente no es lo real y cuidará amorosa su jardín de rocas.***